Cuando la mente enloquecida calla,
y al fin escuchas,
descubres que eres un árbol.
Un árbol sin leyes hamerianas,
sólo hecho de memorias:
de peligros y de placeres.
La música —feedback cognitivo del sonido del kosmos—
es la huella barthiana de la experiencia biológica.
Con su poder evocador,
emergen memorias epigenéticas,
cinceladas como ondas gravitacionales
en la piel espacio-temporal del kosmos.
Olas estacionarias en un estanque dorado,
borboteando al ritmo de la vida.
Memorias que toman forma de neutrinos y torsiones.
El dolor de mamá,
la codicia del abuelo,
la supervivencia de la primera ameba,
el ansia de sangre del león de la estepa:
todos despiertan con cualquier sonido,
con cualquier pentagrama vuelto melodía.
Ritmos, cadencias, silencios, tempos.
Vivace, larghetto, adagietto, allegretto.
Nos mata el sostenuto de la mente;
casi mejor andante, y a piacere.
Tambores lejanos y graves
erigieron la geología.
Agudos que aún chirrían el alma.
Cuando las frecuencias se vuelven cognitivas,
emerge la melodía de la vida.
Y al sonar, inunda —como un tsunami—,
tejiendo hilos de seda
que arropan al bebé kósmico dormido.
Seis niveles de cognición
que se funden en uno solo: el sonido.
Como dicen los militares,
el séptimo nunca es malo.
https://youtu.be/MJfZXnb3ULo?si=n9YpUcsUPmtbaLcT
© Alf Gauna, 2025