La vida
es
un
pequeñito
collar
de
perlas.
De serendipia
en serendipia
mediante
eternos
deja vus
sincrónicos.
Recordamos.
Aunque
velados por
el devenir
temporal,
en ese
confuso
sueño
de causa
efecto,
algunos,
despertamos,
guiados
por
el
intenso
aroma
del café
del reencuentro.
Una espera
que se siente
infinita
desde la mente,
se hace melodía
armónica
desde el corazón.
Perla
a perla
la vida,
la verdadera,
engarza
un collar.
Esa
joya
de
preciosos
momentos,
los eurekas
de los
“aja”,
del
encuentro,
esos
“ya
decía yo
que lo otro
no podía ser,
y esto sí”.
Instantes
de fusión
kósmica
resonante.
Encontrar
ese camino
que
en el
reencuentro
fluidifica
la emergencia.
La cloaca de
la mente,
allí donde
se estancan
dimes
y diretes,
se desatranca
con cada
perla.
Siempre
queda
el miedo
inocente
a que las
torpes manos
de la forma
distorsione
la frágil
apertura
de la concha
que protege
la perla.
Sí, miedo
a la inmensidad
encarnada
en los limites
finitos
de la forma.
Besarla,
abrazarla,
acariciarla,
bastará
para que se abra?
O tendré
que introducir
el cuchillo
suavemente,
ligeramente,
y así
apalancar
la concha
del miedo
y no herir
la carne?
¿
Nos
arriesgamos
?
©Alf Gauna, 2023