Recordando Baantu

En 2012 Steve Rodes fusiló la Cosmología del Rave con su libro la Profecía de Ra Uru Hu.

Jovian se cabreó pero, como siempre, “perro ladrador poco mordedor”. Al final solo pudieron prohibir su venta en Canadá, mantener los derechos de propiedad intelectual a nivel mundial no es barato.

Como siempre allí estaba yo para investigar.

Rhodes alumno de Ra comenzó a compartir su proceso de interpretación del Diseño Humano hasta que llego a su actual Bantuu.

Supongo que estará ordeñando el programa a lo Tinder que hizo utilizando la resonancia de tono y color. Creo que en Rusía se sigue bastante.

El mundo de la producción musical era su campo aunque estudió ingeniería mecánica, algo que se nota mucho sobre todo en ese mundo de perroflautas oshianos que al principio había en el mundo del DH.

En 2017 publicó “God Code” que posteriormente fue traducido por la Sra. Malvar en cuya introducción nos daba tips muy interesantes , merece la pena rescatarla.

Veo que en la página web donde aloja su app onine comparte los dos libros traducidos al castellano por si os interesan y una pequeña bio, este es el link:

https://baantu.com/es/

Libros que sin duda alguna merece la pena comprar si perteneces a este mundo del DH o quieres saber sobre la Profecía de Ra Uru Hu sin pasar por la “caja joviana”

Dice Steve en su brillante introducción:

“Existen dimensiones dentro de nosotros, provenientes del Bhan, tan antiguas como el universo. El Bhan nunca estuvo vivo, aunque es la semilla que transporta el plan constructivo de toda la existencia. ¿Acaso crees que tienes el control de tu vida? No es así. La controlan los dioses. El Bhan se fragmentó en innumerables pedazos durante el Big Bang: en tantos que es difícil de imaginar. Esos fragmentos son tus dioses. El Bhan y sus aspectos fragmentados no están vivos. Nosotros sí lo estamos. El Bhan no puede pensar. Nosotros sí podemos. Cada forma de vida, cada árbol, cada pez, ave, insecto, mamífero y ser humano comporta dos aspectos del Bhan. Pero, la gran mayoría de Bhans nunca encarnarán en el mundo de la forma, ya que su función es construir la consciencia. Todos los Bhans se comunican entre sí gracias a los neutrinos. Sin los Bhans, la vida no existiría, sólo reinaría el caos. El universo es un ser vivo y tú estás dentro de él. Ahora, imagina todas las células de tu cuerpo: están en una situación similar a la tuya respecto del Universo. No tienen ni idea de lo que está pasando. No saben qué es un cuerpo humano, ni mucho menos que hay millones de seres allá afuera, en un mundo desconocido, aún mayor.

La vida es como las matrioskas, las muñecas rusas que anidan una dentro de la otra. Siempre hay una capa por encima y otra por debajo. Todo esta organizado en escala.

El ser humano es la única forma de vida que tiene mente. Esto significa tanto una bendición como una maldición, pues nos convierte en los únicos seres vivos del universo conscientes de su propia existencia. Por otro lado, la capacidad estratégica y la avaricia nos han colocado en la cumbre de la cadena alimenticia. Pero ser conscientes de nuestra propia existencia, es decir, la consciencia auto reflexiva, también tiene un efecto secundario inquietante. Sabemos que un día seremos aniquilados, por lo que hemos desarrollado modos irracionales de vérnoslas con este pequeño problema. Al tomar consciencia de nuestra propia muerte, tratamos de hacer el mayor número de cosas durante el tiempo disponible, con la extraña idea de que una vida “plena” y “larga” hace más fácil la muerte o la justifica. Otra clásica forma de escape consiste en creer en los cuentos de hadas sobre la idea de alcanzar el cielo y la otra vida.

Algunos humanos están obsesionados con la ciencia y la lógica, pero yo no advierto mucha presencia efectiva de ninguna de ellas en sus vidas. Acostumbro a divertirme con ellos y poco más, porque a pesar de considerarse lógicos y racionales, nunca podrán imaginar ni saber lo sucede a gran escala. La esperanza suele ser muy importante para la mayoría de gente. Robársela, sin ofrecerles un sustitutivo que haga sus vidas soportables no resulta ventajoso para nadie.”

Luego sigue con un poco de su vida,

“Durante mi infancia estuve en un internado, dentro de la famosa Abadía benedictina de Melk, en Austria, la cual corona un afloramiento rocoso con vistas sobre el Danubio y el valle Wachau. Cuando salí de allí, y a pesar de que me gustó pertenecer a aquel lugar, abandoné la iglesia católica, cosa que un austriaco no hace a la ligera. Más tarde estudié en la universidad, donde me mortificaron con las matemáticas y la probabilidad, lo que casa perfectamente con mi actual mente nihilista que abraza la teoría del caos de la vida. Así es como dejé a Jesucristo para convertirme en un devoto de la Curva Gaussiana. Al comienzo de la veintena, uno piensa que la hora de la muerte queda tan lejos como la eternidad, que sólo se mueren los otros. De manera que ¿para qué pensar ni siquiera en ello? Además, uno sigue inmerso a esa edad en la ilusión de que su vida puede ser cualquier cosa que decida. La esperanza es un excelente afrodisiaco. Tanto el sueño americano como la idea de Dios se han edificado sobre una mentira, pero proveen de expectativas a la humanidad, pues el argumento de la esperanza lo es todo para la mente humana.

Lo que sucedió en los siguientes 30 años de mi vida nada tiene que ver con estadísticas, con eventos aleatorios, con Dios o con lo que yo quería para mi vida. He visto y experimentado altibajos extremos a lo largo de este período. Me he codeado con personas de todo tipo, desde celebridades hasta don nadies que no tenían donde caerse muertos, así como con la franja intermedia entre ambos extremos.

Para explicar que mi vida no tiene nada que ver con eventos aleatorios os pondré este ejemplo. Llegué a Londres al final de los años noventa. No conocía a nadie, pero aún así estaba convencido y tenía la certeza de que desarrollaría una carrera emblemática en el negocio de la música. Tenía el deseo de relacionarme con las mismas personas con las que habían trabajado mis ídolos y pensaba que aquella era la única razón por la que aún no lo había logrado yo mismo.

Londres es una ciudad de más de diez millones de habitantes durante el día y la posibilidad de encontrar al alguien de este club tan elitista y minoritario es prácticamente inexistente. Era un absoluto don nadie cuando llegué a Londres y no tenía dónde caerme muerto. Sólo unos pocos tenían acceso a Internet, por aquel entonces; los correos electrónicos eran realidades relativamente nuevas y las redes sociales, YouTube o los reality show de la televisión ni se habían inventado, así que nadie hablaba aún de ellos.

La única persona a quien conocía en la ciudad era un joven distribuidor de música instrumental. Acababa de abrir una tienda diminuta en los arrabales de Londres. Allí, en una pequeña habitación que le servía de oficina, me vendió un par de altavoces para mi pequeño estudio casero. Un día me llamó y me preguntó si podía venir a visitarme con alguien que quería probar mis altavoces. Quince minutos más tarde, uno de los tipos que yo siempre había querido conocer (de ese reducido y elitista círculo de personas que trabajaban con uno de mis ídolos) estaba en mi habitación, escuchando mi música. No hice nada y aún así, sucedió. ¿Cuáles eran las posibilidades de que me sucediera algo así?

Unos meses después emergió un nuevo género musical en Londres y yo estaba plenamente involucrado. Grabé una nueva canción porque estaba convencido que me serviría como trampolín para entrar en el escenario musical londinense. Durante seis meses tuve la grabación de uno de los artistas más exitosos en ese mismo género encima de mi escritorio. Era un londinense cuyo álbum de debut se había colocado a la cabeza de las listas de éxito. Se decía que había firmado un contrato de un millón de libras esterlinas con una de las grandes compañías de distribución musical. ¡Me hubiera gustado estar en su pellejo!

Repito que, por aquel entonces, Internet no existía de la manera en la que existe hoy. Tampoco existía eBay y, cuando querías vender algo, tenías que anunciarlo en el “Loot”, un periódico de objetos de segunda mano. Un día, mientras esperaba una persona que venía a recoger un artículo en venta, sonó el timbre y, a través de mi pequeña mirilla, puede ver quién estaba esperando afuera. Se parecía mucho al tipo del disco que tenía sobre mi mesa de despacho, pero aquella coincidencia me parecía ridícula, así que le di lo que venía a buscar sin mencionar que yo era músico. Pero cuando estaba a punto de salir, me dijo: “¿Qué es lo que haces, Steve?” A regañadientes (porque pensé que era una pérdida de tiempo) le dije que era músico. Él respondió que también lo era (¡claro está!) y que había conseguido aquel fabuloso contrato con una de las grandes compañías. Me quedé aturdido. ¡Eso no podía estar pasando de nuevo! Sin duda se trataba del famoso tipo de la portada del disco, el cual tomó mi canción y la transmitió al día siguiente en la Radio de la BBC, donde trabajaba como presentador de un espacio.

En los siguientes años me sucedieron diversas cosas de este tipo. Por ejemplo, tras un largo descanso musical, grabé unas cuantas canciones y estuve investigando a qué compañías podría enviarlas para obtener algún comentario. Aunque disponía de una lista de contactos en Reino Unido me preguntaba cómo podía llegar también a otros de los Estados Unidos. Después de una breve búsqueda, apareció ante mis ojos el nombre de Martin Kierszenbaum, el cual poseía un historial impresionante y había sido el gran responsable del éxito de Lady Gaga. Era evidente que ese pez gordo de América no estaba a mi alcance. Al día siguiente atravesé la recepción totalmente vacía del edificio donde tenía mi estudio en Londres y, cuando sonó el timbre, hice algo que generalmente no suelo hacer (mi estudio tenía su propio timbre). Me dirigí a la mesa de recepción, descolgué el auricular del intercomunicador y pregunté: “¿Quién es?”. La respuesta fue: “Martin Kierszenbaum”. Al colgar solté una fuerte carcajada. Mi primer pensamiento fue que me estaba volviendo loco.

Es importante notar que, durante diez años, jamás había encontrado ningún ejecutivo de ninguna compañía de grabación en mi edificio, y en la hipotética posibilidad de que alguno hubiera pasado por allí, lo más seguro es que no fuera de nacionalidad estadounidense. De manera que, al escuchar su nombre, asumí que había entendido mal y que sería el típico servicio de entrega a domicilio para algún otro residente. Pero me picaba la curiosidad, por lo que me quedé esperando en la recepción para verlo. Una limusina negra con conductor paró y de ella descendió un tipo que comenzó a caminar hacia mi. Le pregunté si era Martin, de Interscope Records, y asintió.

Y después del apunte biográfico, relativiza cualquier tipo de creencia, cualquier tipo de absolutismo del conocimiento y de alguna modo ponía la mente en su sitio.

“Desde luego todo esto no significa que me volviera famoso, ni nada por el estilo. No te lo estoy contando por eso. Lo que sucedía en mi vida no encajaba exactamente con mis deseos o expectativas. Lo comparto para poner de manifiesto que todo este tipo de eventos no pueden suceder si se en un universo aleatorio o si, como la mayoría, se intenta comprender cómo funciona el mundo desde la lógica.

No hay caos. Sólo existe el orden. Pero ¿quién es el responsable de ello? Mi actitud cambió después de varias incidencias similares. Por lo general dividimos el mundo entre creyentes y no creyentes, lo cual es totalmente estúpido. Los primeros creen en cualquier cosa de manera religiosa, aunque no haya evidencia de su existencia, mientras que los segundos están convencidos de que sólo existe lo que ellos pueden ver, tocar o experimentar directamente. Ambos carecen de pruebas de lo que están defendiendo. Después de mis experiencias inexplicables en Londres, dejé de pertenecer a cualquiera de las dos categorías. Mi nuevo lema desde entonces es: “Hay muchas cosas que existen, pero de las que no tengo ni idea”. Así es como me convertí en una mente abierta y dejé de ser creyente. Sabía que existían cosas que no me habían enseñado. Asimismo, comencé a notar que a cada persona le sucedían cosas heterogéneas, sucesos que no eran aleatorios. Cada vida es objetivamente única. Tenemos propósitos únicos y nuestra propia historia que relatar.

Aquello que podemos saber y comprender es sólo teoría, lo que significa que no sabemos nada con una certeza absoluta. Da lo mismo si te llamas Einstein, Hawking o Rhodes. Algunas teorías pueden presentarse como más convincentes que otras, pero al final todas se desmoronan. El concepto de “prueba científica” no es más que un experimento capaz de predecir el resultado, hasta un cierto nivel. Nada pasa la prueba de todo y tampoco se trata, necesariamente, de ofrecer una explicación creíble.

Podemos creernos lo que nos dice la gente “lista”, pero también es necesario confiar y depender de las conclusiones a las que llegamos por nosotros mismos. Nunca ha habido la prueba definitiva de absolutamente nada. Reflexiona sobre la diferencia efectiva entre ciencia y religión. No es mucha. Ambas ofrecen consuelo y, cada una a su manera, nos ayudan a llevar vidas más fáciles; pero, al final, todos morimos y ninguno sabe entonces más que otro del por qué estamos aquí. No tenemos ni idea de lo que pasa.

Si volvemos a la historia de las células de nuestro cuerpo, que planteé más arriba, ellas no tienen ni idea de qué están haciendo. Así que ¿cómo pueden estar en el lugar justo y en el momento adecuado, haciendo lo que tienen que hacer para mantenernos vivos? Además, existe todo un nivel increíble de violencia en el dominio celular. Si cada célula fuera pacífica estaríamos muertos. Pero ¿qué se puede hacer si ni las células, ni ninguno de nosotros, sabe en qué consiste la vida?

Mi teoría es que hay un Programa invisible. Los científicos nos dicen que sólo el 4.9% del universo está compuesto de materia ordinaria, visible. El resto es materia oscura, energía oscura y neutrinos, todos ellos conceptos sofisticados para explicar que “no tenemos ni idea de lo que es, pero ahí está”. Imagina que la materia oscura es la inteligencia o el Programa computacional del universo, su plan constructivo. Los neutrinos son los senderos que lo conectan todo gracias a que mueven la información a una velocidad cercana a la de la luz y en todas direcciones, atravesando cualquier cosa en línea recta. Los neutrinos se originan en las estrellas y contienen minúsculas cantidades de materia. El Bhan es la materia oscura, inerte. Los neutrinos transportan la única información que varía, igual que un prisma modifica la luz que lo atraviesa. Así es el mecanismo que influye sobre todo lo que está vivo. ¿Cómo crees que saben los pájaros donde emigrar en invierno y en verano? No existe eso que se llama “instinto”. Todo lo hace el Programa. “Instinto” es sólo otra palabra para decir “sabemos qué deberíamos hacer, pero no sabemos por qué”. Comencé este libro diciendo que dentro de cada uno de nosotros llevamos este Bhan, pero en realidad portamos dos aspectos de la materia oscura del Bhan. Ambos son los organizadores y los responsables de las influencias que sentimos tanto en el cuerpo, como en la mente o en el amor. Si quieres saber más detalles sobre el Bhan, te recomiendo leer mi libro, La profecía de Ra Uru Hu.

Las siglas de moda hoy, en el mundo tecnológico, son I.A. (Inteligencia Artificial), las máquinas que aprenden. Esto significa que, si damos a las máquinas o computadores un cierto nivel de autonomía, pueden resolver problemas y aprender por sí mismas. Pueden instruirse sin que se las haya programado explícitamente para ello, un proceso muy diferente al clásico programa, paso a paso, que seguían los programadores del pasado reciente. Pues bien, nosotros funcionamos de la misma manera. No somos más que máquinas inteligentes o robots controlados por un Programa mayor. Pero el Programa ni está vivo, ni es consciente de lo que está haciendo. No se trata de un anciano con cabellos y barba blanca, ni proviene de un lugar central o superior.

Existe un cierto nivel de autonomía en nosotros, al que podemos llamar improvisación, pero que a los humanos nos gusta llamar libre albedrío. Sin embargo, el Programa controla a través del Bhan los resultados finales de lo que espera de nosotros e interviene para corregirlo, siempre que es necesario. Lo que sucede es similar a cómo nos relacionamos con los niños cuando establecemos límites dentro de los cuales pueden hacer lo que quieran. Eso también le permite al adulto tener un cierto grado de autonomía, ya que supervisarlos todo el tiempo sería una fórmula totalmente ineficiente. También se les puede proporcionar un objetivo o tarea para que descubran por sí mismos cómo implementarla.

Así es exactamente cómo nos controla la vida o, a un nivel más profundo, las células que nos componen. ¿Cómo hace una célula para saber si está dentro del cerebro o si, por el contrario, forma parte de una rodilla? No lo sabe. Es el Programa quien se ocupa de ello, creando orden en el caos, organizando en patrones toda la vida dentro del universo, como si de una hermosa danza se tratase.

El Programa influye sobre nosotros a través de ciertos rasgos y también estamos programados para favorecer ciertas cualidades en otras personas. No se trata sólo de amar o de gustar a cualquiera, lo cual es imposible (como es imposible lo contrario), si no de ver en ello un indicador que señala a dónde perteneces. No estamos hablando de un juicio general, sino individual. No existen personas buenas o malas globalmente, como tampoco existen las que tienen toda la razón, ni las están radicalmente equivocadas, ni con las que todos podríamos estar de acuerdo universalmente. No hay definiciones universales para ninguno de los juicios de valor que la mayoría de los humanos emite continuamente, un día tras otro. Lo mismo sucede con cualquier cosa que hacemos en la vida, incluyendo la dieta que seguimos, o lo que nos bebemos. Todos somos diferentes y tenemos diversas necesidades y tareas. Nadie sobre este planeta sabe lo que es bueno para ti, excepto tú.

La gente piensa, a menudo, que está perdida, lo que les convierte en presas fáciles para todo tipo de sistemas llamados de autoayuda, prácticas de la Nueva Era y de sus gurúes autoproclamados. Siempre nos han dicho que somos insuficientes, pecadores e imperfectos, desde el momento del nacimiento. Pero todo lo que esas formas de “ayuda” o auto ayuda hacen en realidad es apropiarse de nuestra propia autoridad y poder (y de nuestro dinero). La verdad es que estamos despistados, pero, al mismo tiempo no lo estamos. Que no sepamos qué es lo que sucede no significa que estemos perdidos.

Este libro no es de autoayuda. Es un modo de mostrarte lo que el Programa quiere de ti, cómo te influye y cómo te apoya. Te ayuda en reconocer tu propia esencia natural, de manera que puedas liberarla de fantasías incorrectas que podrían haberse instalado alrededor de quién “crees” tú que eres o de lo que “podrías” llegar a ser.

He aquí un punto importante: saber más de la propia naturaleza y de quién es uno mismo, no significa conseguir la vida que deseada. No se trata de uno mismo, sino de algo más grande que nos engloba. La mayoría de nosotros ignora o prefiere ignorar que pertenece a un organismo mayor. Pero da igual lo que creas: el Programa es quien siempre está a cargo de la mayoría de los aspectos, el que dirige tu vida y controla lo que es posible y el que no. Simultáneamente, disfrutamos de autonomía y capacidad de improvisación. Nuestras vidas son la suma total de influencias que llegan del Bhan, así como de lo que acontece en nuestra vida. Aprendemos de nuestra experiencia y nos vamos convirtiendo en seres inteligentes gracias a nuestra autonomía y a la capacidad de improvisación. No se trata, tampoco, de que toda nuestra vida dependa de un guion, ya que sólo ciertas partes están escritas.

He pasado los últimos 15 años tratando de entender partes del Programa y cómo descifrarlas. Era un adicto a los ordenadores y fui programador durante mi adolescencia, antes de entrar en el negocio de la música. Cuando me tomé un respiro del negocio musical, después de 20 años, comencé a desarrollar un software que me permitiera ver las influencias del Programa, al que llamé BaanTu.”

Pues eso, puro sentido Komun, maybe amarillo o incluso turquesa.

🤷‍♂️

@ Alf Gauna, 2025

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