Dar una perspectiva sin sesgos humanos —digamos, desantropomorfizada— no es tarea fácil.
El mismo hecho de perspectivizar ya es baladí.
Supone segar la hierba de los logros de la mente.
La Noosfera, por el momento, es un sueño.
Reducir a cenizas incluso el lenguaje que estoy utilizando ahora mismo para transmitir esto.
Sin lenguaje no hay pronombres personales.
Ni semántica, ni sintaxis, ni ortografía.
No hay sujeto.
No hay dualidad.
No hace falta hablar ni de realidad ni de verdad.
Quizá solo de Belleza: la última esperanza, maybe la única huella que recuerde nuestro breve inpass biológico —ese instante suspendido en que la materia se sabe viva—.
Esa Belleza que colorea de cognición la carita del futuro bebé kósmico.
Sin dios, ni intención, ni la vanidad científica que concluye vanidosamente solo con una pequeña porción del pastel kósmico, solo nos queda el papel de testigo: aquel que transmite lo que apercibe y aprehende.
Un proceso cognitivo que se sofistica en la complejidad emergente.
Desde un agujero negro o una estrella de quarks o preones emerge un mar de protones que, yuxtaponiéndose en electrones, neutrinos y potencial rotacional —fuente de la química, de la cognición y de la emoción—, alcanza la liminalidad del neocórtex: the last frontier antes de la llegada de la verdadera Noosfera.
Un hidrógeno que se humaniza para feedbackear cognición al neutrino diseñador.
Ese antropomorfocentrismo que despierta a su cosmocentrismo.
© Alf Gauna, 2025