¿Qué tiene más valor?
Tenemos tres centros de consciencia.
El más antiguo: el centro del bazo.
Imagina todos los órganos de tu cuerpo, los sistemas que forman en conjunto y el sistema nervioso que los recorre hasta llegar al bulbo raquídeo, esa primera parte del “cerebro triuno”, el reptiliano (para simplificar, me vale).
Por un momento, deja de lado el sistema límbico mamífero y el neocórtex.
Ese sistema nervioso son las autopistas biológicas de la fractalidad kósmica hecha carne, biología y electricidad. Son los nervios del kosmos.
La primera respuesta a los estímulos del entorno.
La primera fase de emoción para la supervivencia.
Un simple esperar para responder en el ahora y evitar el peligro.
Una dualidad de eros y tánatos: acercarte y nutrirte, o huir para no morir.
Mantener el equilibrio, la homeostasis.
Mira la metáfora: de protones primigenios a átomos de hidrógeno, luego helio, estrellas, carbono… hasta ARN, protegido por membranas para poder interactuar (virus), luego bacterias procariotas, después eucariotas más complejas que se organizan en órganos y sistemas.
Y el verdadero centro de control sigue siendo esa biota intestinal que dirige bioquímica y eléctricamente las células especializadas para sofisticar la respuesta a la complejidad emergente.
De un mar de protones a un mar de bacterias que guían la vida.
Damasio dice que la consciencia evoluciona sobre todo con lo malo, con lo peligroso, con aquello que desafía nuestra supervivencia.
Sin peligros, no habría consciencia ni centros cerebrales organizadores capaces de memorizar y responder a desafíos cada vez más complejos.
Sí, sé que el cerebro triuno está superado en neurociencia, pero pedagógicamente es muy útil.
En esa sofisticación evolutiva aparece hace unos 150 millones de años, con los primeros mamíferos, el sistema límbico.
Un sistema que gestiona la relación. No tanto un centro de consciencia, sino un motor evolutivo. Es como si fuera el electrón: la química de la relación.
El motor que define con quién formar “moléculas” de cuerpos u órganos para generar grupos con resonancias sistémicas.
La metáfora es la misma que en los protones o en las células.
El motor que impulsa la complejidad emergente, a la sombra del imperativo genético escondido en la biota.
Nacen las tribus, por intereses básicos de supervivencia: filiación y pertenencia.
La cosa se complica con los invasores y con el imperativo genético que busca, precisamente, ese peligro que señalaba Damasio: diversificar y sofisticar el órgano de respuesta. Y se necesita tomar decisiones, primero instintivas, después basadas en la memoria límbica mamífera.
Es entonces cuando aparece el culmen de la evolución: lo cortical, el neocórtex.
Según el sistema triuno, hace 2 o 3 millones de años.
Hasta ahí, todo se basaba en emoción y sentimiento.
A partir de aquí, comienza eso de entender antes que sentir.
Y sólo desde hace menos de 200.000 años compartimos nuestros miedos.
Menos de 100.000 con lenguaje.
Y desde hace aún menos, empezamos a compartir lo que entendemos, más que lo que vemos o sentimos.
Todo se fue a tomar por culo en 1637, cuando Descartes afirmó: “Pienso, luego existo”.
El inicio de la Cruz de la Planificación de la que habla el Diseño Humano… y que ahora se acerca a su fin.
Tal vez, a partir de 2027, volvamos a sentir.
Pero no ya como motor de fobias y filias, sino como liminalidad cognitiva fractal.
Y podamos decir sin miedo a los talibanes de la mente eso de “Siento,luego existo”
© Alf Gauna, 2025