Love from Another Galaxy

Como viajero intergaláctico —recuerda, soy de Andrómeda y voy de galaxia en galaxia buscando another love—

terminé aquí, en la Vía Láctea, una noche de borrachera mientras evitaba a la DGT Kósmica.

Al despertar, mi nave había aterrizado en un planeta de un perdido sistema solar, habitado por una civilización pre-curvatura.

Stranger Things.

—Really, George?

Sí, imagina: había unas instituciones, una especie de ministerios que controlaban la psique de sus habitantes. Uno los dominaba con el mito de un dios y el otro con la irrefutabilidad de lo que veían. A uno lo llamaban “religión” y al otro “ciencia”.

Algunos cansinos no creían en nada; se autodenominaban ateos.

Sí, todo muy vulgar y anodino.

Yo, como estaba con resaca, vomitaba en una cosa que llamaban “blog”.

La verdad es que lo pasé mal.

Gracias a dios —jo, se me pegan hasta sus expresiones— había algún loco que contaba cosas interesantes. Se hacían llamar “escritores de ciencia ficción” para que no los quemaran en la hoguera de la Inquisición.

Uno, un tal Hamarein, decía que el espacio estaba lleno de energía infinita con la que se podía viajar a las estrellas.

Sí, nuestro motor de curvatura.

Yo reía y callaba.

Cuando me adapté un poquito a esta cultura absurda, comencé la búsqueda del corazón de una nativa.

Sí, un amor interracial transgaláctico.

Un día, la serendipia me lo trajo.

Discretos, ambos fingíamos ser autóctonos.

Después de unos meses fingiendo, saltó la sorpresa:

Éramos del mismo pueblo.

Sí, de un pueblecito de un pequeño planeta en un sistema solar de allá, de Andrómeda.

Comenzamos a hablar klyngon, nuestro idioma original.

Aquí estamos, a la espera de que Musk o Bezos fabriquen su cohete para acoplarnos como polizones y escapar de esta Tierra con fecha de caducidad.

Meanwhile, hacemos el amor a lo Cocoon…

© Alf Gauna, 2025

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