Siempre sentí que molestaba.
Mi presencia se puede percibir arrogante, fiscalizadora.
El DH lo explica por nuestra aura penetrante: directa al pecho del otro.
Si no sabes de qué va esto, intentas desaparecer o pasar desapercibido.
En el cole, en casa, en la uni, entre amigos, de novios, en las fiestas… incluso en mi comunión yo no fui el prota.
Dormía en literas —ya sabes, muchos hermanos—. Allí me escondía: mi cueva, otro tip del DH.
Incluso ya trabajando, me escondía en mi despacho; o cuando me lancé al territorio comanche del autónomo, comía en el coche.
Me largué del trabajo por cuenta ajena, por un lado, porque energéticamente no aguantaba; y por otro, para no competir en posibles ascensos. Era la época de ese “tiburoneo” que consistía en pisar, incluso, a los propios amigos.
Evidentemente, había momentos en los que era difícil esconderme, porque, por lo visto, se me ve. Un poco como esos niños pequeños que se esconden detrás de algo diminuto que no les tapa y creen que nadie les ve.
En 2008, una llamada telefónica me dio otra vuelta de tuerca a esto de esconderme, y desaparecí más intensamente. No volví a coger un teléfono hasta 2018, y aun así solo para mensajes de gente cercana: sin audio, sin vídeo.
El 21.12.2012, en mi Quirón, terminé de desaparecer. Un poco como ese fin del mundo maya: la muerte de mi cuerpo condicionado.
En 2015 comencé el blog, algo cómodo para seguir escondido y empezar a balbucear algunas palabras.
En 2020 comencé a mostrarme en petit comité, en contadas ocasiones.
Siete años antes de la mutación.
Quizá en 2027 me haga stripper de barra y me ponga en pelotas ante la audiencia.
La mutación y mi cruz de contagio son así de extremas.
Chissà.
© Alf Gauna, 2025