La verdad es que, fuera de mi cueva, funciono mal.
Madrid es un mixing de «Cuando ruge la marabunta» y las hordas zombis de «The Walking Dead».
El consumismo —iba a poner capitalista, pero siento que es simplemente falta de consciencia o incluso de referentes existenciales— hace de esta city un puto parque de atracciones.
El amor te visita cuando menos te lo esperas y, a veces, no espera; o es tan efímero que no te da tiempo a reaccionar.
Un abrazo es una razia de emoción y de sentimiento que te deja noqueado.
El cuerpo siente un tsunami de verdad; la mente, en su retardo cortical, se confunde.
Mi autismo, el ruido, los que no tienen nada mejor que hacer que escuchar conversaciones ajenas… al final, la cosa se queda un poco como agua de borrajas.
Decantada la experiencia en la noche oscura del alma, queda la esencia.
El delicado aroma de sentir la inconmensurable belleza de reencontrar ese icono de devoción.
Sentir la verdad de lo que sientes.
Una especie de electroshock cortical, donde las neuronas se congelan, pues no hay nada que sinaptear.
Todo queda del giro cingulado para abajo.
La gente se confunde: lo cortical es una liminalidad en construcción.
Lo de abajo tiene 13.800 millones de años de rotaciones y emociones.
Cuando escuchas los sonidos de las esferas celestes y de tu biota, tu ser realmente encuentra el amor.
No hay nada que entender: no words, solo el recuerdo del breve contacto con unos pequeños labios de protones, electrones y sabios neutrinos.
Breve, pero intenso.
© Alf Gauna, 2025