Se nos están yendo muchos actores que nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas.
De aquí al 2027 muchos se irán.
Es un fin de ciclo.
El ciclo de la Planificación, que comenzó allá cuando la Ciencia sustituyó a la Religión, se termina.

Sí, The End.
La Religión está muerta, por muy integral que algunos intenten hacerla. La Ciencia, también.
Aún diría más: Nietzsche ejecutó a Dios; la New Age intentó resucitarlo con la “energía” y “los cuánticos”, que me recuerdan a los chiripitifláuticos, con la supuesta conciencia, quisieron devolverle el alma, pero cuando los neutrinos hablaron nos recordaron que no hay nada de eso. Que, de haber algo —como las meigas, haberlas, haylas—, quizá sea un proceso cognitivo.
Un camino desde una fisioesfera no cognitiva hacia una fisioesfera cognitiva post-eron, que utilizó de puente la biosfera y el dreamrave noosférico para diseñar la arquitectura cognitiva.
Vi Annie Hall allá por 1978, en un cine de Vitoria —Gasteiz, si prefieres.
Me encontré por primera vez con Diane. Ella tenía 32 años; yo, 16.
Con 16 me debatía entre una sexualidad salvaje reprimida y una ansia intelectual perfecta para esconder la libido del lobezno ávido de feromonas.
Entre una Pamela Anderson que vigilaba la playa y una Diane que bordaba, con maestría, los guiones —pajotes mentales— de Woody.
Acompañar de secundaria al histriónico Al Pacino en El Padrino no era cosa fácil, pero sinceramente, donde más me gustó fue en Cuando menos te lo esperas.
Eclipsar al aún más histriónico Nicholson o al “bollito” Reeves es algo que refleja su poder.
En una gala de entrega de premios, Woody habló solo de su belleza y de su tendencia a ocultar su sexualidad y su deseo.
Sí, todos vivieron su “no ser” condicionado.
Ambos, víctimas de la sexualidad de su época.
Depredadores y depredado-as.
La motivación de una Diane proyectora era el Deseo, y tejió magistralmente su imagen con la inocencia transferida, como contadora de historias perfeccionista y propia y genuina estética.

Da igual, que da lo mismo: la cognición no está ni en la motivación ni en la transferencia. Está en la liminalidad entre ambas.
Ahí, donde te das cuenta de que la vida y el entorno mandan.
Ahí, donde la milonga volitiva muere.
© Alf Gauna, 2025