El frío polar despierta en mí la añoranza del summer wind.
No es anhelar calor.
Es el deseo de esa brisa marina de múltiples olores.
De niño, cuando bajaba la cuesta hacia el malecón de la playa de Zarautz, la sentía en plenitud.
El horizonte se confundía con el nivel del mar.
Cantábrico, of course.
Los demás no son mares, son bañeras.
Los tonos azules se fundían, diluyendo la liminalidad mar-cielo.
Ya sabes: cuando en el norte se ve el azul, hay que celebrarlo.
Es éxtasis, rapto, epifanía kósmica.
Tu ser se deja llevar por el abandono místico, allí donde el Dasein desaparece, pues el ser es el entorno.
Sí, ese momento en que la dualidad muere.
Ser y existir dejan de ser un juego mental.
El ruido del tiempo se detiene; tus quarks resuenan con las olas del mar, con el devenir del cielo.
Nada que entender: solo un diapasón de quarks bailando la melodía de la brisa marina.
Nadie hay, todos están.
© Alf Gauna, 2025