El viento y la niebla
arrullan mi corazón.
La humedad cruje
en mis huesos
en un absurdo
juego de dolor.
La soledad de mi cueva
mece
la cuna de mi cognición.
Ya nada existe ahí fuera.
La civilización
murió en “Twenty Twenty”.
Un “deja vu” sin vida la exterminó.
Soy el Último Hombre,
la Última Leyenda
de una mítica civilización
de amantes cariñosos.
Los besos y los abrazos
ya son solo un sueño
de un paraíso quebrado
por un absurdo hacker divino,
una especie de Mr.Robot bipolar,
con un Chucky descontrolado
convertido en un Hulk maldito y
que se descojona
como un Joker Kósmico.
¿De que sirve la conciencia
si no te puedo tocar,
si no te puedo besar?
Las palabras no me llegan.
La mascarilla del whatsapp
filtra la pasión.
Los fonemas mutan,
se envenenan en el aire.
Gaia desnaturalizada
(sí, por este zombie de ácidos nucleicos
envuelto en un papel de regalo
cuya sorpresa final tiene
forma de calavera mortal)
se ha vuelto tan fría como
ese Kosmos que un día
tuvo el capricho de recalentar.
Al fondo, una música celestial
lanza acordes
en forma
de neutrinos oscilantes.
Tocan esa melodía lunar
con letra de bardo que,
al menos, hará
que nuestros muertos
sueñen con la esperanza
de no volver a esta cruel
y maravillosa vida biológica.
Volarán libres sin cuerpo
en un viaje intergaláctico
donde resucitarán
en un nuevo universo.
Sí, allí donde
el tu y el yo
mutan,
en una
metamorfosis
kafkiana,
a un nosotros
con forma
de ello kósmico.
Allí, donde la palabra
amor muere y
renace en una
fría fusión de silica.
¡ NO !
Solo,
me niego
a partir.
Te quiero
a ti,
Olerte
Beberte.
Comerte.
Masticarte.
Regurgitarte.
Abrazar cada
molécula bioquímica de tu ser.
Chuparte los pulmones para
escupir al universo
cada espina de COVID-19
que te invada.
Al menos, así ,
viajaremos juntos
a ese distópico edén
engalanado con ese traje de mierda,
ese “divino de la muerte”
Gucci de la Nada.
©Alf Gauna, 2020