The Deer Hunter.
La música de «El Cazador» (The Deer Hunter ) ,película que me ha acompañado desde 1978 en esta ruleta rusa de placer y de dolor que es la vida, es una verdadera oda de melancolía a la epopeya de aceptación a lo que sucede, a lo que acontece.
La historia, la vida, el entorno, lleva a tres obreros siderúrgicos, amigos y compañeros en la caza del ciervo, a la aventura impuesta de “dar muerte” al Viet Cong. La idea suprema en forma de Napal o de Muro de Metal del patriotismo, del nacionalismo, del imperialismo o de dios, da igual el nombre, es lo mismo. Yo me quedo dentro, tu te quedas fuera.
De Niro, Walken, Savage emprenden un viaje a los confines más oscuros del ser humano. Allí donde tus decisiones se basan en la supervivencia. Donde la educación, el condicionamiento, la moral desaparecen y la esencia de cómo enfrentarse a la violencia brota de nuestra naturaleza más reptiliana.
El trauma de la experiencia marca sus vidas. Comienza la aventura de manejar una nueva vida con un cuerpo marcado a cincel con el hierro del miedo, del dolor o del odio. Nos convertimos en reses de la ganadería del TEPT, síndrome de estrés post-traumático.
La herida está ahí y condiciona nuestra respuesta. De alguna manera nuestro cuerpo magullado no responde según su inteligencia innata , libre y no condicionada. Responde, encogido, desde de detrás del muro que nuestra mente levanta para protegerse de un nuevo dolor.
Estamos en una época de autodescubrimiento, una época de búsqueda espiritual o existencial. Un camino que mucha gente comienza como pura huida del dolor a las experiencias vividas.
Siento que no se puede comenzar este «Camino de Santiago existencial» herido. No llegarás muy lejos, simplemente caminaras en círculos , al estilo del «Día de la Marmota», experiencias que se repetirán para que despiertes a ser consciente de tu herida alargando y repitiendo el sufrimiento, una especie de Karma Kósmico que te aleja de tu anhelado Dharma de Individuación.
Muchas técnicas nos proponen pociones mágicas para encontrar el camino. Las religiones nos dan consuelo. Muchos creamos grupos de víctimas alrededor de una misma experiencia. Una lucha sin fin para huir o amortiguar el dolor.
Pocos cogen el toro por los cuernos e indagan en su biografía en busca de aquellas experiencias que han marcado su vida. Y dejémonos de tonterías para un niña o un niño un simple bofetón es una guerra de Vietnam.
A modo de nota especializada , para aquellos del entorno del Diseño Humano, decir a los Seres De Cognición Derecha que las experiencias, incluso las que mucha gente consideraría una bobada, las vivimos de forma más traumática que la gente estratégica. Si vas y añades por ejemplo, la tipología, encontramos que en el caso del proyector ,con su extrema sensibilidad, estas experiencias se viven de forma mucho más amplificada. La vida en si puede llegar a ser un trauma.
Se habla de un desarrollo psicológico, de alcanzar una madurez, para llegar a las puertas de lo que Wilber denomina el Centauro, la plataforma para viajar por el mundo de lo existencial, del propósito, de la cruz de encarnación o del sueño transpersonal, quimera de algunos. Es importante no olvidar que ese camino hasta ese Centauro no es sólo un desarrollo psicológico, sino es un camino de curación física de las heridas que son las que impiden que nuestra inteligencia corporal decida libremente.
Siento que esas heridas buscan sanar de forma natural y que es la mente la que levanta el muro que impide a nuestro corazón abrirse para recibir la medicina del amor a la vida, un fluir disciplinado y continuo de aceptación de la experiencia presente.
La herida Kósmica reverbera en armónicos con las experiencias vividas, seguir el camino de Venus hasta el útero levanta velos, destruye nuestros muros mentales, emocionales o físicos inconscientes y permite que entre el aire fresco a nuestro corazón para poder abrazar nuestra herida, semilla cósmica de nuestra vocación y fuente de prosperidad.
O quizá no…
y, simplemente, brindemos por escuchar la sinfonía del universo mientras que nuestro hígado aguante.
© Alf Gauna, 2019