La biología confunde a la física.
Así como, la translación a la rotación.
Del movimiento translacional nace una mente espúrea kósmicamente transitoria que lucha entre la añoranza de la ubicua quietud atemporal de la caótica rotacional y la dualidad espacio temporal translacional del gradiente evolutivo que emerge en una azarosa mutación determinista por la geometría fractal hacía una unidad holográfica de organización mas compleja.
La dualidad entre la vida y la muerte. Ese perenne sueño metafísico de la lucha entre el amor y el miedo, esa falsa contienda entre el Eros y el Tanatos, entre el Agape y el Fobos es un vano intento de la mente de sobrevivir eternamente a la biología del carbono.
La locura va más allá, en la distorsión psicológica de un supuesto programa planetario y galáctico condicionador fruto de la separatividad egóica.
Así, la muerte esta servida como elemento moralmente disuasorio entre el bien y el mal, la máxima expresión del proceso de homogeneización y condicionamiento de los entes biológicos conscientes.
Es la relación en la rotación la que organiza el caos hacía la emergencia compleja.
En un supuesto No Dos emerge el nuevo Uno, ese “Mulo” víricamente mutado que espera la llegada de la tercera familia leptónica y hadrónica desde el más allá de los cofines supraenergéticos multiversales.
La repulsión caótica de lo que rota delimitado corrige naturalmente los gradientes que rompen el equilibrio con la atracción de la relación para emerger sin delimitaciones. No ordena el caos, organiza deslindando una complejidad emergente. Un viaje vibrante entre resonancias y asonancias hacía un nuevo equilibrio.
Un eterno “deja vu” kósmico donde:
Lo delimitado no puede estar encerrado para siempre.
La repulsión no puede ser mantenida para siempre.
©Alf Gauna, 2021