Las verdaderas
historias
de amor
no
terminan
nunca.
La mente quiere
controlar
proyectando
desde el pasado
la certeza de
un futuro
homogeneizado.
Pero, en realidad,
el amor nunca
va a ningún lado.
No,
ni a la convivencia,
ni a la ruptura.
Es un río
que fluye según
los desafíos
de la vida.
En un eterno
juego de roles,
los ángeles
y los demonios
pululan
por doquier
para desafiar
la relación.
No, el amor
no es una cuestión
ni mental
ni metafísica.
No, tampoco
es algo asociado
al imperativo
genético.
Esa pulsión de especie
que nos atrae hacía lo diferente
para optimizar la forma y viajar
al sueño biológico de la inmortalidad.
El amor es resonancia.
Cuerpos que vibran y
se funden más allá del placer
egóico.
Estar siendo dos en uno.
Allí, donde desparece
la espera,
la necesidad.
Allí, donde la nada
se totaliza.
Allí, donde lo humano
y lo divino
mueren.
Solos,
resonando
sin pronombres
personales.
Ondas de vibración
eternas,
infinitas.
El apocalipsis
zombi
del yo.
©Alf Gauna,2022