Navego
sin rumbo
entre
biografías
emocionalmente
anodinas.
Escucho
curiosas
epopeyas
egoicas.
Mi sangre
cristaliza
en cubitos
de frios
hielos,
insensible
a lo absurdo
de lo personal.
Sueños
heroicos
de soledades
grupalmente
incomprendidas.
Sonrio
con los
ojos
verdes
de Nat King
Cole.
Vacío de
bioquímica
cuento ovejitas
transgénicas.
La perfidia,
aunque
inconsciente,
nubla
la oscura
luz
del deseo.
Cierro
la valla
gregaria
donde
las tiernas
ovejitas
mutan
a carneros
de oro
donde
Moises
eyacula
con su báculo
redentor.
La lógica paradoja
abstrae la supuesta
objetividad
por paranoias
intersubjetivas.
Sodomizada por
un grasiento
patriarcado
la verdad
convulsiona
entre jerarquias
y vericuetos
racionales.
Muerta
la intuición,
los gritos
del silencio
abocan
al apocalipsis
transgénero
del Yin.
La elite
taoista,
confundida
con su velo
Yang,
arde
helpless
as a kitten
up a tree.
Extraños,
en la noche,
nada en tus ojos,
nada en tu sonrisa,
solo
el ventrilocuo
mental
que mueve
los hilos de
tus labios
y una voz,
estomacalmente
metálica,
que
repite mantras
transgeneracionales
de esperanzas
homogeneizadas.
Venecia sin Aznavour,
Paris sin la Bergman.
El Ultimo Tango
de Brando
donde la mantequilla
muta a margarina
y el guión,
a violación.
La eterna milonga
de se ha escrito
un crimen
donde Agatha
se funde con la
Lansbury.
La culpa con el perdón,
el rechazo con la aceptación,
y la verguenza
con Buster Keaton.
¡Más madera
que es
la guerra!
¡Y que viva los
hermanos Marx.!
©Alf Gauna, 2022