Tomar decisiones desde una autoridad emocional se convierte es un morboso juego para la mente cuando se está herido.
Ya sea por traumas genéticos transgeneracionales heredados, cómo epigenéticos biográficos. Ahora dicen también, incluso, que lo genético heredado lleva lo epigenético de nuestros predecesores. Y, para más INRI, el inconsciente colectivo y los campos morfogenéticos bañan con sus heridas humanas y de especie nuestra vida.
Agitando estos componente en la coctelera inconsciente de nuestra bioquímica emocional reduce a mera quimera la ilusión de que alguien decide.
Ese paso del tiempo que el Diseño Humano aconseja a aquellos definidos emocionalmente no es algo que mentalmente se pueda identificar fácilmente.
Un hora, quince minutos, un año, un lustro. No, un emocional no mide el tiempo así. De hecho no mide tiempos, siente frecuencias. Compara las frecuencias de su cuerpo con las del ambiente y con las del otro. La resonancia o la disonancia dan el si o dan el no.
El mundo estratégico con su condicionamiento es un vertedero de mierda para nuestro cuerpo. Hundidas en sus escombros nuestras células son incapaces de resonar con lo propio pues la mente de acción rápida toma la delantera para decidir.
La liberación emocional supone el grito primal a lo Castafiori que rompe las cadenas que nos impiden vibrar al ritmo de nuestra bioquímica.
Cuando me relaciono con un emocional visualizó los grilletes que le obligan a vibrar siguiendo los modos definidos por sus condicionamientos. Los evaluó y no queda otra que simplemente esperar a que su descondicionamiento siga su curso o aceptar que esa emocionalidad fresca y pura nunca emergerá.
La supuesta claridad emocional nunca emergerá desde las garras del condicionamiento. Es durante el descondicionamiento cuando se hace esencial la liberación de emociones, de nada sirven los cursos de inteligencia emocional.
¿Sabes?
Yo lo tengo claro.
©Alf Gauna, 2023